FEMINEIDAD Y
FARSA
María de Jesús Gómez Lazos
“¡Somos tan pocas las mujeres mexicanas que
hemos pasado a la historia![i]”.
La mujer y el teatro en México han tenido pocos puntos
de encuentro. Son pocas autoras, pocas obras; Rosario Castellanos por ejemplo, “Judith y Salomé”, “Teatro Petul”, “Tablero de
damas” y “El eterno femenino”. ¿Por
qué? “no hay otra alternativa, si
pensamos que nuestra misión en el mundo es perpetuar la especie[ii]”. Ante tales circunstancias, nadie puede negar
la eficacia, aunque no siempre eficiencia, de las mexicanas.
Castellanos, dedicó mayor porcentaje de su actividad
creadora a la poesía, la novela, el cuento e incluso el ensayo; sin embargo, no
deja de ser importante su intervención en el teatro, sobre todo con su obra
póstuma El eterno femenino. En ella
reúne, bajo una capa de humor e ironía; sus preocupaciones y denuncias hacía la supuesta feminidad nacional.
La obra nace a raíz de la propuesta de Emma Teresa
Armendáriz. Quien en una entrevista con Javier Galindo, relata: “desde un inicio me dijo que no sabía
escribir teatro. Lo había intentado con dos obras en verso […] pero no estaba
satisfecha[iii]”. Rosario juzgaba
su propio trabajo, conocía sus
posibilidades y su carácter; quizá por eso eligió la farsa.
Este género “critica
los vicios y errores de personajes grotescos que intentan transgredir la norma moral,
histórica y social en que se desarrolla la obra, cuya estructura formal es
simple[iv]”. La farsa le
facilitó a Castellanos jugar con múltiples caras de mujer, con un sin fin de
situaciones que van desde la joven que quiere casarse, hasta la prostituta,
la que practica yoga por ser “lo que se usa ahora[v]” o la que ingresa al convento “por sentido práctico[vi]”. Y todo cupo en su
carcajada; incluso el vestuario:
“El encargado de la decoración. No tratará, en ningún
momento, de ser realista, sino de captar la esencia, el rasgo definitivo de una
persona, de una moda, de una época. Es aconsejable la exageración, de la misma
manera que la usan los caricaturistas, a quienes les bastan unas cuantas líneas
para que el público identifique a los modelos en los que se inspiraron sus
figuras[vii]”
Caricaturas, así son los personajes en El eterno femenino. Caricaturas que se
empeñan en serlo y a fuerza de insistir se tornan realistas; en tanto que son
reflejo de la realidad “objetiva”, de la “verdad”. En la misma entrevista con
Galindo, cuenta la actriz: “El Teatro
Hidalgo se llenó de intelectuales, artistas, poetas y público en general. Pero
resulta que la obra es terriblemente mordaz, satírica, donde la gente se moría
de risa y se reía de sí misma. Algunas personas se enojaron. Decían que la obra
había ofendido a la mujer mexicana[viii]”. Como dice el
dicho… no duele, pero incomoda.
Lupita, la protagonista, está en el salón de belleza;
la van a peinar para su boda. La dueña del salón prueba un nuevo aparato, que
se adapta a la corriente eléctrica del secador y produce sueños a las usuarias,
“con tal de no pensar[ix]”. Lo estrenan con
Lupita, en la modalidad de “¿Qué me
reserva el porvenir?[x]”. El sueño se convierte en pesadilla; los celos
del esposo, la madre, los hijos, la amante, el asesinato, la vejez. Ella despierta
perturbada pero vuelve a meter la cabeza en el secador; entonces hace un
recorrido histórico, desde Eva hasta la Adelita , pasando por Sor Juana, la Corregidora , etcétera.
Vuelve a despertar, gracias a un apagón. Su cabello es un desastre, no hay otra
solución que pelucas.
La obra consta de tres actos largos. En su estreno se
llevaron a escena sólo el primero y tercero, sin detrimento del efecto final; y
no porque el paso por la feria y el museo sean irrelevantes, sino porque cada fragmento tiene su propia fuerza.
Algunas escenas son de tal peso que
podrían presentarse independientemente sin problema; tal es el caso de la
versión de Eva y Adán, Los Corregidores, La vida matrimonial de Lupita o “La mujer de acción[xi]”. Son cuerpos enteros en sí mismos, enlazados únicamente por
la lógica de los sueños. Eva, la primera, es molde de las otras; como dice el
corrido final, esas otras que “infestan
la tierra […] serpientes disfrazadas[xii]”. “La
propuesta teatral de El eterno femenino […] fue muy criticable por los
difíciles cambios escénicos aparentemente inconexos[xiii]”.
Otra dificultad de montar esta obra, es la diversidad
de escenarios; el salón de belleza, la casa de Lupita, los diferentes foros de
televisión, la feria, el museo, el paraíso, la casa de Manuel Acuña, la calle,
la casa de la usurpadora, etc. A pesar de que se pretenda realizar con
austeridad, son tantos los elementos requeridos que la puesta en escena es costosa.
Los personajes son casi inasibles, ni Rosario se tomó
la molestia de enumerarlos, so pretexto de “no
olvidar/ a ninguna[xiv]. Por mi parte
retomaré los “indispensables”:
Lupita
Una joven mexicana como cualquier otra, de ahí su
nombre. No es explícito, pero de niña su mamá le contó, por lo menos Cenicienta
y Blanca Nieves; luego conforme pasaron los años fue introduciéndose en asuntos
más serios, las siempre familiares y entretenedoras telenovelas. Ha llegado al
“día más feliz de su vida”, ¿qué pasará después?, hasta donde sabe “vivirán
felices para siempre”, entonces aparece solemnemente la palabra “FIN”; es
decir, la muerte.
Pero antes de tocar algo tan íntimo, “dime cómo mueres y te diré quién eres[xv]” ¿Quién es
Lupita?
Padece una adicción al “té con hojitas de tenme acá[xvi]”. Esas hojas tienen una peculiaridad, sólo los
niños las compran. El mocoso sin hermanos, no es el caso de Juanito, al no
tener a quién molestar va con la madre o el padre; ellos muy propios, muy en su
sitio, envían al pequeño a comprar “tenéme
aquí”, con la abuela o la tía,
alguien desocupado que pueda hacerse cargo por un tiempo del susodicho. Lupita
es una niña y una molestia.
Niña porque para obtener su felicidad sigue el
programa de los cuentos de hadas y las telenovelas, espera “realizarse como
mujer” con el casamiento y la maternidad; después de todo “no hay felicidad comparable a la de ser madre […] aunque […] cueste
como en muchos casos, la vida[xvii]”.
Se asume como una molestia y lo es en ciertos casos;
para su mamá, Lupita II, Juan, la dueña del salón de belleza, ¡la secretaria!
Es una molestia para sí misma, porque no sabe que hacer de su existencia. Recurre
a un plan preestablecido, pero éste se agota el día de su boda y por una
imperfección de la realidad ella no muere, ni se detiene el tiempo en un
éxtasis eterno, la vida sigue en potencia.
¿Qué puede ser Lupita?
Mamá
Dice Lupita, eco de su madre, “ni más ni mejor de lo que yo fui[xviii]”. Rosario
Castellanos denuncia la cadena de imitación que hay en México en torno al modo
“femenino” de ser. La mamá de Lupita es Lupita en mamá.
No es niña pero no renuncia a serlo. Ha perdido la
inocencia, pues no hay mancha de plasma que valga contra la evidencia de los
hijos. Sin embargo, se ocupa en trabajar la forma; el modo más simple es la
impotencia, la dependencia, la vulnerabilidad.
Cuanto más pequeños e indefensos son los niños, más
lloran. Así, el sufrimiento se convierte en el estado “digno” de ser mujer; “una señora decente no tiene ningún motivo
para ser feliz… y si lo tiene, lo disimula[xix]”; de lo cual podría continuar: o lo elimina con
agua salada.
“La
que nos amó antes de conocernos se lo merece todo[xx]”. ¿Amó?... En fin, lo importante en esta frase es que se
lo merece todo, menos la felicidad; porque la maternidad, para Lupita y su
mamá, es un sacrificio.
Pero esta mamá también es feliz, cuando se encuentra
viuda, sin el peso de los hijos, y malcriando a sus nietos, en venganza. Es más
feliz conforme se acerca a su muerte física.
Prostituta
La mujer “indigna” también disimula para no “desanimar a la clientela[xxi]”, tanta es la
desdicha…Oculta su voluntad, porque sería menos atractiva con esa característica.
Se trata de una mujer de negocios, conoce las
necesidades del mercado y conforme a ellas ofrece su producto. Como buena emprendedora
es capaz de renunciar incluso a la fama de serlo, siempre que consiga el éxito;
y éste se mide en términos monetarios.
En toda transacción comercial capitalista “el pez
grande se come al chico”; el dinero no se crea ni se destruye, sólo cambia de
mano. Se trata de “salvajismo de mercado” en pleno. La constitución física
masculina es por lo general más fuerte que la femenina; por eso la prostituta
requiere “protección”, “vigilancia”, es asunto de vida o muerte y el servicio
se paga. Ni modo: gajes del oficio, lo mismo pagarle al Cinturita o a Carstens.
Usurpadora
“La querida. A
la querida se la quiere[xxii]”. La mujer que enarbola la bandera del amor, “lo
único por lo que vale la pena vivir[xxiii]”. Se da toda
cuando lo encuentra, sin importar el que dirán.
Pero ¿qué es el amor? No voy a desarrollar aquí este
problema, pero ella tampoco lo hizo, apostó sin ver, sin saber; para qué si
contaba con “el sexto sentido con que
[la] dotó la naturaleza[xxiv]”.
No es valiente, se tapa con su bandera y le “da miedo dormir sola[xxv]”. En
consecuencia no es capaz de encarar a su amante “para que él no se sienta culpable ni asqueado[xxvi]”.
Mientras ella se forja ilusiones, para su amante es
una cosa desechable que ni siquiera merece llamarse esposa.
Celebridad
La mujer con cierta virtud destacable, pero subsumida
voluntariamente ante el hombre, sea esposo o representante, o ambas: “si no fuera por él[xxvii]” no sería
nada.
Funcionaria
Es una reproductora de discursos hechos. Ignorante,
sabe hablar bien sin pensar.
Astrónoma
La casualidad la ha llevado a la fama, sin suerte
sería una soltera más, deslucida, fácil de ignorar y olvidar, un cero a la izquierda.
Los últimos tres personajes están definidos en la obra
fuera de Lupita; sin embargo, ella puede ser cada una de ellas, y muchas más,
se agotó el programa sin defunciones, Lupita es posibilidad en sí.
Castellanos muestra también su visión de las
excepciones, las mujeres que sí ocupan un lugar en la historia de nuestro país.
Esto es ficción, pero queda claro que sus motivos fueron distintos, cada una
tiene una personalidad diferente, inconfundible: la Adelita es la Adelita y no Sor Juana, ni
Doña Josefa es Rosario “la del nocturno”. Son mujeres que inventaron, a pesar
de las circunstancias se atrevieron a crearse. ¿Fueron felices? Bastante es que
fueron.
Juan
El macho mexicano promedio, un Juan cualquiera. Se
casa y espera de su mujer, no inteligencia, ni siquiera virtud; su preocupación
es “¿te gustó?[xxviii]”. Se impone, reclama obediencia, basa su
virilidad en la fuerza por la que obliga: “va
a llegar el momento en que no te vas a quejar de lo duro sino de lo tupido[xxix]”.
Enemigo
de su suegra y uno de sus más fieles cómplices; “Lupita, por favor, rápido, dime, rápido, qué es lo que se te antoja
para ir a traértelo, pero de inmediato, o antes si es posible[xxx].
A él no
le gustaban los cuentos de hadas, desde chico fue muy hombre; para tratar a las
mujeres eso basta.
“Ni están todas las que son / ni son todas
las que están[xxxi].
Lupita no es toda la mujer, ni Juan es todo el hombre. Son sólo caricaturas.
El Eterno femenino es risa, llanto,
denuncia… ¿feminista? sí, de una mujer pensando en las mujeres mexicanas; pero
tiene un alcance que va más allá de los asuntos de género. Es una o uno (Lupita
o Juan, o María o Pedro, o Lola o Emiliano) ante la vida. Ser lo que dicen
todos, lo que dicta la costumbre, la censura (“Una trusa color carne - que ha
de producir, lo más posible, una impresión de desnudez[xxxii]”); o ser lo que se quiere concientemente.
Rosario Castellanos, con el Eterno femenino muestra su visión particular, pero concluye “Lo demás es su problema[xxxiii]”.
María de Jesús Gómez Lazos es egresada de la
Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Facultad de Filosofía y
Letras de la UNAM.
Obras
consultadas:
Castellanos, Rosario. El eterno femenino. Fondo de Cultura
Económica. México, 1975.
Galindo Ulloa, Javier. La farsa y la mujer mexicana. Consejo
Nacional para la Cultura
y las Artes. México, 2004.
[i] Rosario Castellanos, El eterno femenino, p. 87.
[ii] Ibíd. p. 189
[iii] Javier Galindo, La
farsa y la mujer mexicana, p. 34.
[iv] Ibíd. p. 18
[v] Rosario Castellanos, Op. cit. 57
[vi] Ibíd. p. 108
[vii] Ibíd.
p. 23
[viii] Ibíd.
p. 35
[ix] Ibíd. p. 30
[x] Ibíd. p. 32
[xi] Ibíd. p. 169
[xii] Ibíd. p. 203
[xiii] Javier Galindo Ulloa. Op.
Cit. p. 37
[xiv] Rosario Castellanos. Op.
Cit. p. 204
[xv] Ibíd. p. 54
[xvi] Ibíd. p. 26
[xvii] Ibíd. p. 45
[xviii] Ibíd. p. 62
[xix] Ibíd. p. 39
[xx] Ibíd. p. 66
[xxi] Ibíd. p. 154
[xxii] Ibíd. p. 167
[xxiii] Ibíd. p. 159
[xxiv] Ibíd. p. 159
[xxv] Ibíd. p. 161
[xxvi] Ibíd. p. 164
[xxvii] Ibíd. p. 172
[xxviii] Ibíd. p. 35
[xxix] Ibíd. p. 36
[xxx] Ibíd. p. 43
[xxxi] Ibíd. p. 204
[xxxii] Ibíd. p. 32
[xxxiii] Ibíd. p. 196